domingo, febrero 10, 2019

Tiamat, en su punto (reseña)


Poquito antes de las 10 se apagaron las luces, en el escenario se vio que entraban uno a uno los cinco músicos que conforman hoy Tiamat, la gente con el clásico rugido previo a cada concierto, lo típico pues, pero de pronto, como cuchillo caliente sobre mantequilla sonó el brutal riff de entrada de “Whatever That Hurts”, y entonces, así de fácil y así de rápido, todo valió la pena.
Es una lástima que una banda de ese calibre tenga apenas 10 discos en poco más de 3 décadas de vida y que sus conciertos ya sean tan esporádicos que parezcan eventos muy especiales, aunque por otro lado, cuando la oportunidad se presenta es un verdadero placer sónico.

Todas las bandas empiezan sus conciertos con una canción fuerte, sin embargo, guardan las de mayor calibre para momentos más adelante en la noche y para el cierre. Tiamat no, ellos simplemente se lanzaron con todo para abrir la noche de su regreso a México y la respuesta del público fue acorde. Englund además le daba a cada oportunidad de tocar el riff u aura de leyenda, moviendo el brazo de manera dramática para acentuar, para dejar claro lo que ha hecho a Tiamat una banda de culto. ¡vaya manera de empezar!
Se había especulado que tocarían casi completos los discos “Wildghoney” y “Clouds”, y al tocar como segundo tema de la noche “The Ar”, así parecía, sin embargo poco a poco quedó claro que sería una noche más variada. Algunos habrán sentido que eso era una decepción, algunos lo habrán agradecido, eso habría que preguntárselo a cada uno de los cerca de mil rockeros y metaleros que estaban en el Circo, pero a juzgar por la entrega, no pareció importarles demasiado.
Siguieron “Cain” y “Divided”, del disco de 2003, “Prey”. En diversas oportunidades, la audiencia celebró el legado Englund y compañía con el clásico canto “oe oe oe oe, Tiamat, Tiamat”, lo cual en algún momento fue agradecido por el cantante/guitarrista, quien dijo que se sentía como en un partido de futbol. Conminó a la gente a hacerlo de nuevo y aunque, curiosamente, cuando fue premeditado no salió tan bien, fue lo suficiente para que él dijera desde el escenario “gracias, estoy contento”.
En esta ocasión, al igual que la primera vez que me tocó verlos en vivo, hace muchos años ya en el extinto Salón 21, el fundador de la banda llevaba sombrero. Aquella vez -en un show junto con Nightwish, en el 2000, creo- llevaba uno más tipo texano; en esta ocasión era un sombrero más chico y más tipo de vestir y tenía la cara pintada como catrín. Probablemente no sea el atavío esperado en un concierto de metal pero desde siempre, Tiamat ha sido más una banda de ofrecer su música y convencer sólo así, sin apoyo visual. No tenían siquiera una manta detrás de ellos, sólo la negrura de la cortina que tapa las paredes traseras del Circo Volador y su música.

Siguieron con “Brighter tan the sun” y el clásico “Vote for love”. Englund habló poco con la audiencia, pero antes de “vote” dijo, palabras más, palabras menos: “nosotros no hubiéramos votado por Trump. Tampoco lo hubiéramos hecho por Hillary, nosotros votamos por el amor”. Para entonces el show iba a la mitad y parecía ya que, por alguna razón, no tocarían nada de su más reciente disco, “The Scarred People”. Si hubieran tocado el set Wildhoney/Clouds hubiera tenido cierta lógica, pero en cambio dieron un repaso por algunos discos más bien viejos y dejaron para otra ocasión el presentar lo nuevo. Tampoco pareció que eso incomodara a nadie, pero fue un detalle curioso.
Ciertamente la base fueron esos dos discos, como sea, y la siguiente receta doble fue con justamente con “Clouds” y luego “Visionaire”. Lo cual logró que la gente no perdiera jamás el entusiasmo.
“Wings of Heaven” y “Smell of Incense” siguieron por el camino de los viejos clásicos para cerrar con dos infaltables: “The Sleeping Beauty” y “Gaia”. Con Sleeping, que fue la primera del encore, la sangre volvió a hervir dentro de mí. El lento riff en la guitarra, el brutalmente sonoro riff en los toms de piso de la batería, el aura sombría… En las notas descriptivas del recopilatorio “Commandments”, Englund dice que es como el “Somoke on the Water” de Tiamat, una especie de huella digital: “nada divertida para ensayarla pero divertidísima para tocar en vivo”. Yo soy de los que creen que es la canción definitiva de Tiamat, una oda oscura a la depresión y la angustia, pero con esa luz que aunque escondida, casi siempre se puede ver:
“Mientras más bebo más me doy cuenta que el suicidio podría ser la clave para llegar a ese lugar llamado paraíso, donde el dolor no habita, no odia ni miente. Pero si miro más allá de todo esto, entonces calculo que hay algo que seguramente extrañaría, porque en mis sueños soy yo el dueño de mi vida, y la bella durmiente es mi esposa”.

El final llegó con “Gaia” y el sabor de boca era de una belleza única. Esa noche tuvo sus bemoles, pero esa hora y 10 minutos fueron de un valor artístico incalculable. Es por eso que el hecho de que la banda toque tan poco en años recientes es algo cercano a un drama, porque el mundo del metal necesita tener bien presente que hay gente que aún hace arte en el metal, que lo ha hecho durante décadas y que, en ese contexto, nunca ha sido relevante si vende millones de discos o entradas. Fue algo así como un concierto para un público no tan extenso, pero que habrá salido de ahí con una satisfacción mil veces mayor que el 90% de los que asisten a conciertos de bandas más mainstream sólo porque son más conocidas. Este de Tiamat fue un concierte equivalente a beberse media botella de buen whisky, lentamente, en las rocas, paladeando cada sorbo, sintiendo como se pierde paulatinamente el control de las extremidades es un sopor inducido que es de lo más placentero que se puede vivir.
Antes, los finlandeses de Ensiferum habían ofrecido 60 minutos de su mezcla de death melódico con elementos folk. Seria injusto demeritar su presentación porque, a pesar de que con Tiamat quedó claro que eran ellos por quienes iba la mayoría, los finlandeses también llevaban público y también encendieron al Circo Volador.
Ellos sí, con una enorme manta detrás de ellos que obligaba a quienes probablemente nunca los habían visto a conocer su nombre, con una presencia escénica más planeada y coherente hicieron lo suyo. Tienen momentos coreografiados, los guitarristas aprovechan los momentos instrumentales para sacudir el cráneo, involucran al público durante casi todo el show y en general presentaron un espectáculo totalmente profesional.
El audio fue muy claro (al igual que con Tiamat) y aunque llevaban algunas partes grabadas (no había tecladista por ejemplo pero sonaban los teclados), su presentación no tuvo nada que obligue a criticarlos. Ya en cuanto a gustos personales hay algo que decir, pero finalmente eso sobra. Tocaron casi una hora y lograron establecer su concepto lo cual es ya bastante. El dato curioso, que para muchos en redes aparentemente ha sido casi sacrilegio fue el tocar un cover de “Sweet Child O’ Mine”, de Guns and Roses, aunque, a pesar de los quejosos, en ese momento recibió una respuesta mucho más efusiva de lo que se esperaría con un cartel con Ensiferum y Tiamat. Tampoco es que el Circo se cayera cantando la rola, pero desde la grada sí se escuchaba que había un buen contingente que cantaba el coro.
Excelente concierto y una prueba más de que mientras más opciones, mayor competencia, y a mayor competencia, mayor calidad.

Crédito de las fotos: Germán García.