sábado, septiembre 28, 2019

Iron Maiden Legacy of the Beast, reseña.


Los conciertos de Iron Maiden suelen ser teatrales, y según avanzan la tecnología y sus presupuestos, cada vez son montajes escénicos más completos. En este 2019, su presentación fue más de lo que se esperaba, o probablemente haya sido justo lo que se esperaba, eso depende de que tanto ande uno metido en redes sociales y qué tanto, también, se deje uno seducir por esa tendencia de revelar cada minutos de vida en redes. Habrá quien llegó al concierto con plena conciencia de que sucedería cada instante porque ya lo había visto en Youtube, habíamos quienes teníamos apenas una vaga idea y otros que estaban en un punto medio.

La del viernes 27 fue la primera de tres noches de boletaje agotado, dato no menos que incluso el mismo Dickinson resaltó desde el escenario en una de las 3 o 4 interacciones directas que tuvo con la audiencia. El Palacio se veía pletórico y retumbó prácticamente en cada instante de las dos horas que estuvo la banda sobre las tablas. Es innegable, la armonía que existe entre el público mexicano y Maiden está muy pro encima de la mayoría de las bandas importantes, y a pesar de que eso normalmente es bueno, también implica que uno tendrá que leer o escuchar de vez en cuando algunas descripciones que sí rayan en el fanatismo ciego. Cosas del rock.
Apenas pasadas las 9 de la noche se apagaron las luces del inmueble, desapareció la de por si apenas audible música de fondo y comenzó un breve video en las pantallas laterales que mostraba partes del video juego “The Legacy of the Beast”, mismo que le da nombre a la actual gira. Después, ahpra sí con el volumen a tope, la intro oficial de todos sus conciertos desde hace años, “Doctor Doctor”, de UFO para que, una vez concluida, diera inicio el concierto del sexteto.
Primero, dos canciones con temática aérea para presentarle al público la joya de la corona de esta producción, una réplica impresionante de un avión Spitfire de la Segunda Guerra Mundial. Honestamente, es de aplaudirse el uso de recursos teatrales en el concepto de Iron Maiden. El avión se ve espectacular, y sin embargo se nota que es más un derroche de creatividad escenográfica que de recursos monetarios. Se trata de un inflable que es movido por una gruesa cadena, y sin embargo, el efecto en la audiencia es devastador. Hasta ahí todo bien, el problema -y aquí es muy importante que el lector entienda que es meramente una apreciación personal- era el audio. Mi disminuida audición pudo tener algo que ver, no lo dudo ni un instante, pero desde el inicio quedó claro que sería uno de esos conciertos en los que el Palacio de los Deportes sería mucha pieza para el ingeniero de audio, que sería una batalla por ver quien ganaba y, tristemente, desde mi atrofiada audición, fue el llamado “Domo de Cobre” quien salió victorioso. Por lo menos en la zona baja del inmueble, General A.
Desde el inicio, la voz de Dickinson y el trabajo de McBarin en la batería sonaron perfectos, el problema fue en todo momento el tratar de distinguir las tres guitarras y el bajo. Así, por lo menos a mi me quedó claro que arrancaron con “Aces High”, “Where Eagles Dare” y “Two Minutes to Midnight” por la voz y las mantas detrás del escenario que por la música en sí. Triste situación porque, una vez aclarado que esa es sólo mi visión de las cosas, no se puede evitar recordar que el audio en vivo ha sido tema a debatir en más de una ocasión con Maiden.


Ahora bien, el dato curioso es que las partes más melódicas y sobre todo los solos, sonaban perfectas, el problema era en los momentos en que Murray, Smith, Harris y Gers “riffeaban”. En fin.
Ya en cuanto al concierto, ese arranque fue sencillamente brutal. Esas tres rolas son clásicos innegables de la banda y una de ellas lo es también del metal en general. Se necesita ser Iron Maiden o alguien de ese nivel de grandes ligas para arrancar con una terna de canciones que bien podrían ser el encore. La respuesta del no tan respetable fue igualmente intensa.
La aclaración de “no tan respetable” es necesaria en esta reseña porque fue parte del concierto, por lo menos en la zona en la cual estuve. Más que en otras ocasiones, en esta presentación hubo muchos niños, y eso significa que también habría muchos papás. Cuando un chavito de siete u ocho años, tal vez un poquito más que eso, asiste a un concierto así, lo lógico es que no tomará decisiones individuales sino que dependerá del adulto que lo lleve. Así, cuando un mayor de edad sube a sus hombros a su pequeño acompañante, la culpa y responsabilidad es suya. Sí, es normal, sucede siempre y normalmente no pasa nada, pero cuando el niño se pasa encima de los hombres de su protector más de una hora, es probable que cause indignación en más de uno, y justo así sucedió. Además de gritarle al adulto (que jamás hizo caso) que bajara al niño (y esto sucedió con al menos tres personas distintas), algunas personas (aunque el término correcto sería más cercano a simio) empezaron a tirarles cerveza y aventarle vasos y hasta alguna que otra moneda. En esta ocasión no pasó nada, pero esas actitudes tranquilamente pueden derivar en desastre, ya sea porque lastimen a un infante o porque algún adulto se enoje y comience una pelea. Vale la pena reflexionarlo y, en caso de llevar niños -bienvenidos siempre-, tener un poco de claridad, pensar en ellos y en los demás que estarán a su alrededor y de última, para evitar la supuesta necesidad de ponerlos en hombros, llevarlos mejor a una grada porque ahí verán todo sin problema y no se expondrán a agresiones.
Con una decoración tipo militar, muy bien lograda por cierto, el escenario era similar al de otras ocasiones en el sentido de que ofrecía dos pisos. Los tres guitarristas y el bajista se mantuvieron siempre en la planta baja, mientras que el baterista estuvo siempre fijo (y buena parte del tiempo tapado por una tela verde de camuflaje) en el primer piso, mientras que el cantante, gran histrión, por cierto, recorrió cada centímetro del entarimado.
Previo a “The Clansman”, Dickinson explicó un poco el contexto del tema, la guerra entre escoceses e ingleses e incluso habrá sacado de dudas a más de uno al explicar que esa confrontación fue llevada al cine con la película “Braveheart”. Aún no se llegaba ni a la mitad del concierto cuando llegó apabullante otro de los clásicos eternos de la banda, “The Trooper”. Justo por ese momento fue que uno de los niños mencionados y decenas de teléfonos levantados para filmar me impidieron ver con claridad eñl escenario, así que recurrí a las pantallas. ¡Vaya sorpresa! Normalmente, las pantallas terminan por no servir de gran cosa porque el encargado de poner las tomas suele no tener idea de nada. Es común que en pleno solo de guitarra, la pantalla muestra al baterista por ejemplo. En esta ocasión no fue así. Fue muy notorio que tanto el director de cámaras como el switcher sabían bien en donde estaban y a quien filmaban. Si era momento de un solo de Dave Murray, era él quien aparecía en pantalla; si tocaba turno a Adrian Smith, lo mismo y si era una de esas partes instrumentales en las que ninguno está de líder, entonces sí variaban las tomas entre los seis músicos. Excelente trabajo en un área que cada vez cobra más importancia en los conciertos.

Aunque no es la primera vez que la tocan, mi memoria de teflón no me deja recordar cuando fue la última vez que la escuché en vivo, y debido a que llegué al concierto casi en ceros en cuanto a cómo sería el concierto (no arruiné la experiencia con visitas previas a Youtube), cuando sonó “Revelations” me cayó un inmediato rayo de nostalgia. Mi documentado desencanto con Maiden tiene mucho que ver con que desde hace 20 años, sus discos son más intentos por hacer a una banda de metal una que quepa en el progresivo, lo cual lleva inmediatamente a olvidar discos clásicos de la banda y el género como lo es “Piece of Mind”. Y dicho sea de paso, es mi álbum favorito de ellos así que para ese momento llevaban ya cuatro canciones sacadas de ahí. Felicidad inigualable. Para entonces, las mantas traseras mostraban una nueva visión, una serie de vitrales con decenas de elementos que permitían olvidar un poco el mal audio para perderse en los detalles.
En seguida vinieron un par de temas que, para mi gusto, hicieron que decayera el ánimo: “For The Greater Good of God” y “The Wicker Man”. Después, con un gran trabajo escenográfico y por primera vez en México en voz de Dickinson, “Signo f the Cross”, única de la noche en que al menos quien esto escribe pudo disfrutar de casi toda la música con un sonido aceptable. El detalle de la cruz con focos fue realmente ingenioso, además de que para variar, Dickinson tenía un atuendo especial para la canción.
Inmediatamente después el momento más glorioso de la noche (de nuevo, siempre en primera persona, habrá quien piense que esta declaración es ridícula) llegó con “Flight of Icarus”. Una de mis canciones favoritas de la banda, una que ya antes había escuchado en vivo pero que jamás me había tocado ver acompañada de un magistral soporte escénico. Para este tema traían un enorme Ícaro inflable, plateado y majestuoso que dominó el escenario desde la primera hasta la última nota de la canción. Un momento sublime realmente que culminó con un detalle de pirotecnia que lo hizo aún más glorioso. Después tocaron la que más divide a la gente porque muchos la aman, muchos más la desprecian pero casi todos cantan en vivo: “Fear of the Dark”. Especialmente desde que Maiden se convirtió en el monstruo masivo que es hoy, la presencia de esta canción funciona como anillo al dedo para mover a la audiencia, se presta para cantarla, Dickinson aprovecha para hacer gala de su capacidad de controlar al público y, aunque no todos la quieran escuchar, difícilmente saldrá del set.
Si bien no se trata de una gira de sólo éxitos (claramente poner temas de “Brave” y “A Matter” rompe esa idea), sí era una noche muy cargada en discos de los 80, así que terminar la noche con “The Number of the Beast” y “Iron Maiden” hizo que el piso del Palacio retumbara. Fue de los momentos más difíciles en cuanto a empujones, jalones de pelo y pisotones, lo cual indica que fue éxtasis puro.

Para el encore, el sexteto de decidió por “The Evil that Men Do” (reconozco que para mi fue una mala decisión porque ese disco no me gusta) y luego un cierre a tambor batiente con Hallowed Be Thy Name” y “Run To The Hills”. Prácticamente dos horas, casi una decena de cambios de atuendo de Dickinson, una gran variedad de mantas, efectos (candelabros que subían y bajaban por ejemplo), fuego, un poco de pirotecnia, al menos cuatro inflables perfectamente bien trabajados, diseño escenográfico acorde a la idea de la guerra y una cuidada selección de canciones hicieron de aquella una noche realmente disfrutable. Asumiré que la cuestión del mal audio es más culpa de mi mala audición que del ingeniero (aunque la historia muestra que no es precisamente el mejor) y aceptaré que, cuando se lo propone, esta banda tiene todo para hacer gala de la etiqueta de leyenda que le han puesto miles de personas por todo el planeta. Si vuelven a sacar un disco y se parece en intensidad e intención al más reciente, será una excelente noticia. ¨Por lo pronto, a quienes aún les toca ir, disfruten del menú, que ahora sí hay platillos de probada excelencia.

En resumen.
Lo bueno:
-Que a pesar de su edad, Dickinson mantiene su voz  en muy nivle. Ciertamente no es lo de antes, pero está en un nivel mucho más que aceptable.
-El diseño escenográfico. Quien haya sido el responsable merece aplausos de pie. Utilizó la idea clásica del teatro y logró, aparentemente con poco dinero, un montaje excepcional. Desde los tres o cuatro inflables monumentales hasta detalles más pequeños como la horca, los candelabros que suben y bajan, la prisión, el inge de monitores vestido como soldado, los vestuarios y aditamentos y sobre todo la ambientación del escenario en la que hasta los monitores parecían elementos de un campo de batalla fueron sobresalientes.
-El set y la duración. Pocas son las bandas que en la actualidad tocan o dan conciertos de dos horas, y Maiden es una de ellas. El recargarse en la era dorada de los 80 fue un atino, y si bien a título personal no me gustaron 3 o 4 canciones de eras más recientes, a la mayoría sí les funcionó.

Lo malo:
-Aunque puede ser más defecto mío, el audio era bastante malo, e insisto, tampoco es la primera vez. Además, bandas como Metallica, Kiss, King Diamond y Roger Waters han mostrado que con trabajo, el Palacio puede sonar casi perfecto.
-La incapacidad de algunas personas de entender que poner a sus niños de 10 años en sus hombros por más de medio concierto es, además de ofensivo contra los que están detrás, peligroso para sus mismos chamacos.
-La nefasta idea de la gente de grabar todo y por ende, estorbar chingonamente la visibilidad de los demás. Igual que con los niños, se entiende que lo hagan de vez en cuando, pero cuando es durante el 85% del tiempo se vuelve nefasto.


Fotos cotesía de Ocesa/César Vicuña
Fotos del Ícaro cortesía de Kelpy Interesante.


martes, septiembre 24, 2019

Myrkgand, reseña del disco "Old Mystical Tales"


Myrkgand – “Old mystical tales”
Sade Records, 2019.
Por Luis Jasso “Chico Migraña”


Myrkgand es un proyecto unipersonal del músico brasileño Dimitry Luna. Musicalmente hablando es una mezcla de Folk/Death y Black y sus letras suelen ir en torno a temas de fantasía, monstruos, magia, leyendas, orcos, elfos, brujas, filosofía y más por el estilo. “Old mystical tales” es su segundo disco (el primero, llamado simplemente Myrkgand, fue editado en 2017) y fue producido por Roland Grapow, reconocido guitarrista con paso importante en bandas como Masterplan y Helloween. La característica ha sido que Dimitry toca todos los instrumentos, pero invita a músicos reconocidos de otras bandas para que pongan su granito de arena con algo de voz o algún solo de guitarra. En este caso, los invitados varían entre bandas como Blind Guardian, Cradle of Filth y November’s Doom hasta Trollfest, Vulcano y At Vance, entre muchos más.
El baterista en todo el disco es Kevin Kott (Masterplan, At Vance), y su trabajo es sencillamente fenomenal. Cuando se requiere velocidad y blast beats cumple sin problema, pero también lo logra sin mayor dificultad en cada quiebre y pasaje más melódico del disco. “Old mystical tales” es un trabajo que tiene un dejo de concepto, por lo menos en lo musical. Hay un riff que parece estar presente a lo largo de casi todos los temas, por momentos con alguna variante, pero distinguible, lo cual le da una sensación de atmósfera al disco, porque además es bastante pegajoso, aunque es ciertamente tipo Black Metal Progresivo. La producción en general es muy limpia, no se siente forzado ni sucio como algunos discos extremos, al contrario, ofrece una sensación de modernidad con toques de formato análogo.
Así, lo primero que escuchamos es “Of the blue fire”, un track veloz en el cual un destacado trabajo en el doble bombo marca el ritmo y que ofrece un buen solo de Ashock, guitarrista de Cradle of Filth), seguido de “Black thunders of Zyr”, tema que cuenta con la colaboración de Markus Siepen (Blind Guardian) en el solo de guitarra y Luiz Carlos Louzada (Chemical Disaster, Vulcano) en la voz gutural extra.


El tercer tema es “Foreseeing the future”, rola con la participación de Danilo Coimbra (Malefactor, Divine Pain) en el solo de guitarra. Una fiesta de blastbeats que además ofrece la voz de Dimitry doblada, lo cual genera un buen efecto.
Lo siguiente es “Aquariü”, una canción con varios pasajes que tiene a Vito Marchese (November’s Doom) en el solo de guitarra y a Antonio Araujo (One Arm Army) en el papel de voz limpia. El riff de inicio -porque esta rola tiene varios- aquí es más lento, pero tiene esa suciedad en la distorsión típica del Black. Tiene varios pasajes más melódicos que terminan por regresar a la velocidad y el riff que lleva el hilo de todo el disco. “Ghostwoods” por su parte muestra a Michael Meyer (Iron Angel) en el solo de guitarra. Es un tema en el que otra vez se deja sentir la santísima trinidad entre el riff, el doble bombo y la voz que sienta la base del sonido blacker, aunque en ciertas partes la tarola va un poco más lento, lo que le da un toque interesante y una atmósfera distinta. El resto de los riffs son más bien melódicos y ofrecen un interesante juego entre unos y otros. Aquí nuevamente la voz de Dimitry está doblada en ciertas partes; una es la clásica blacker, la otra es gutural.


En “Dunkelelf” el solo corresponde a Simone Rendina (Mortuary Drape). Aquí, los teclados le dan una atmósfera interesante a la canción, misma que tiene ese tono blacker, aunque el riff es más como rock and roll. Esta es otra canción que varía de ritmo y velocidad, aunque esta además ofrece un aroma sinfónico.
Sigue “Summoning the cryptic Daemonium”, con Rodrigo Berne (Tray of Gift, Tuatha de Danann) en el solo de guitarra y Renato Matos (Elizabethan Walpurga) en los coros para dar pie a la frenética “No ímpeto de fúria”, con solo cortesía de Claydson Melo de Pathologic Noise.
Para “Trolls filthy madfeast” se hace presente la voz de Trollmannen (Trollfest), quien aporta un excelente combo de voces crudas extra y el solo de guitarra de Dr Leif Kjonnsfleis (Trollfest, Manhunter). Se trata de una rola con otro tipo de melodía, más rocker que metalera, aunque por momentos los riffs suenan a banda folk y la batería se mantiene en perfecto frenesí.


El disco concluye con la épica “Chtonian Cyclops”, la más larga de las diez que lo conforman con una duración cercana a los ocho minutos. Aquí, Liv Kristine (Leave’s Eyes, Theatre of Tragedy) ofrece su enorme talento con la voz limpia, mientras el solo corresponde a Roland Grapow (Masterplan, Helloween). Otra vez el riff blacker lleva la batuta, pero con más de siete minutos hay tiempo para algunos d4talles, como un solo bastante largo, mismo que va de menos a más y que cuando culmina da píe a la entrada de Liv, quien para ese momento es acompañada por una pequeña cama de teclados.
En general se trata de un muy buen disco. La pléyade de músicos cumple perfecto con la idea global de Dimitry, es un disco bien pensado y en el cual cada parte de músico invitado suena real dentro del contexto de cada canción. Es decir, no se trata de poner nombres y que salga lo que sea, más bien se nota un buen trabajo de planeación.


Así, “Old mystical tales” es un muy buen disco, muy disfrutable, diverso y pesado. El tono general es crudo y en la cara, son rolas largas pero trabajadas de manera que casi nunca sientes el paso del tiempo, veloz y contindente, pero con sus pasajes un poco más calmos. Probablemente sea un eficaz anti estresante para esas horas pico en el tráfico o el transporte: lo pones, le subes al volumen y más temprano que tarde te encontrarás a ti mismo sonriendo e imaginando mundos fantásticos llenos de maldad y angustia, con momentos de luz y calma.