jueves, noviembre 17, 2016

Adios Sabbath adios

¿Qué es esto que se encuentra parado frente a mí?
Es la génesis, la banda que inició todo, con la canción homónima al primer disco y a sí misma, la que me tiene hoy aquí, expulsando con cada latido de mi corazón glóbulos blancos, glóbulos rojos y metal.
Yo no llegué contigo como primera opción, más bien fue de rebote aunque fue también a muy temprana edad. Era un departamento en la calle de San Borja, mi primo Carlos guardaba en su enorme closet un vasto tesoro: su colección de discos. El suyo era un gusto más bien ecléctico. Lo envidiaba porque vio a Kiss en Estados Unidos en 1977 pero no tenía discos de ellos, tenía, entre otros, de Black Sabbath. Cuatro recuerdo muy en particular porque tres me los regaló: Sabotage, Master of Reality y Paranoid. El otro era una colección de éxitos que se llamaba We Sold Our Souls To RockAnd Roll, y a mis escasos 9 o 10 años, la frase era terrorífica. ¿De verdad es cierto que se puede vender el alma? Yo ni siquiera comprendía bien el concepto de alma porque crecí un ambiente ateo. Primero escuché Sabotage, ese fue el primero que tuve en mis manos, aún recuerdo la primera vez que la aguja se deslizó sobre el vinil y descubrí ese sonido atronador, brutal para un niño, encantador; es como se supone que funcionan los atrapa sueños ¿no? Sin embargo fue Sympthom of the Universe la que no me dejó en paz nunca más. ¡Vaya sonido! Con el inglés que tenía alcanzaba a entender algunas frases, las balbuceaba sin tener idea de lo que significaban, hasta que más adelante en una entrevista con Ozzy entendí por fin que no significaban nada en concreto, que era una letra garabateada entre los efectos del alcohol y las drogas.
Lo vi, lo vi con mis propios ojos.
Y sí, los conciertos no subterráneos en México apenas empezaban y la gran mayoría de nosotros, los que por unas o por otras nunca fuimos a la Arena López Mateos (mea culpa, soy un fracaso como metalero, no estuve ahí así que mi calidad moral como metalero estará por siempre en entredicho, soy un poser… lo sé) de pronto tuvimos acceso a conciertos masivos con las bandas que nos ayudaron a crecer como personas, porque de tu mano y de la de muchos manos yo crecí como persona; lees las letras, lees entrevistas, escuchas los riffs, discutes con tus amigos, descubres con ellos bandas “nuevas”… creces, tal cual. Y entonces en 1992, en este mismo mes, pude verte en vivo por primera vez. Al haberme asumido como poser puedo ser totalmente honesto contigo ¿cierto?: llegué al Palacio de los Deportes sin tener tan claro que en la alineación venía el que después fuera uno de mis mayores héroes, Ronnie James Dio. No había internet, yo no vivía en zona céntrica donde te podías reunir con los amigos en las tiendas de discos y comprar y platicar y conocer y descubrir. Yo lo hice de manera mucho más autodidacta, leyendo en la Hit Parader y la Circus Magazine y la Rock Pop (que era de metal) y la Sonido cosas sobre Kiss, y descubriendo de rebote muchas cosas más. Y llegué al Palacio como uno y salí como otro. Ya tenía el disco Mob Rules, y el riff de Voodoo me volvía (y me vuelve) loco. No tenía según recuerdo reproductor de CD, ya después tuve el Dehumanizer en ese formato y me empapé de tu historia con el maestro Ronnie James. Pero esa primera vez que escuché, aunque fuera con otra voz, Black Sabbath la canción, con Ronnie “empapado” de la luz roja en su cara, tirando los cuernos mientras sonada la canción aún no se me olvida. Y no estaba lleno el Palacio, pero ¿qué importa? En esos conciertos y en esa etapa, a esa edad, yo lo que quería era estar ahí, y si los demás no estaban pues allá ellos.
¿Quisieras ver al papa al final de una cuerda, lo crees un tonto?
Sí. Y el debate interno empezó desde muy pequeño. En la escuela en la que me tocó cursar la primaria y dos años de secundaria la pasé muy mal, y mi temprana afición por el metal era una de las razones. Mi ateísmo (en ese tiempo más por reflejo que por convicción) era otra. Sobre todo ya en la secundaria entendía cada vez más el idioma en el que entregabas tu mensaje (lo único bueno que me dejó pasar por ese colegio) y algunas canciones eran bastante fáciles de discernir. Era raro, en las revistas y en las pláticas con los amigos que tenían hermanos mayores que SÍ SABÍAN (sarcasmo mode off) se decía que eras una banda satánica. Incluso recuerdo que una vez vi en el extinto Videocentro un Betamax de un concierto tuyo. Traía a Ozzy en la portada, vestido de blanco con una chamarra blanca de esas que al extender los brazos dejan caer decenas de hilos y lo vi porque algunos amigos me juraban que la banda era satánica y que hacía misas negras en el escenario. Obviamente en ese tiempo no sabía bien (hoy tampoco, por cierto) que demonios es una misa negra, pero lo vi más buscando eso que disfrutando del documento que ofrecía simplemente un concierto de la banda primigenia del metal.
Motores de cohetes que queman combustible rápidamente allá en el cielo negro, tan vasto.
Siempre me atrapaste con esa canción. Supongo que a Ozzy se le acredita el haber inventado el “headbanging” porque al escuchar una canción como esa es difícil imaginar que te den ganas de hacer algo que no sea sacudir la cabeza al ritmo de ese riff tan lento, tan soberbio. Uno sigue creciendo y la historia va cambiando. Fui descubriéndote en presente y en pasado. Que esos discos que yo tenía eran una primera etapa, la de la banda original con Terrance Butler, Anthony Iommi, John Osbourne y William Ward; que después habían grabado dos con Ronnie James y con Vinnie Appice, que después tuviste ese par de años que algunos llaman bizarro, con Ian Gillan en la voz y con Bill Ward de regreso en la batería.
Justo ese disco es de lo que más me marcó, y no importa que ayer por obvias razones no tocaras nada de él, igual yo llevaba con todo orgullo la playera tal cual debe ser: morado el fondo, rojo con negro el macabro bebé y doradas las letras con esa tipografía que a ojo de buen cubero (porque podría buscarlo en la red y fallar entonces a mi forma de ser, la que me enseñaste tú: honesto) sólo usaste en ese disco. Y como olvidar que el día que mi mamá me compró el Born Again lo escuché hasta la noche, cuando ya todos dormían, enchufado en unos audífonos enormes que tenía mi papá- estaba tumbado en el piso y escuché Trashed, luego esa especie de intro macabra que se llama Stonehenge y luego esa risa macabra de Gillan que me causó un miedo indescriptible. Digo, yo tenía 12 años y me pasaba seguido que tenía pesadillas de todo tipo, supongo que de alguna manera estaba conectado con el lado oscuro, pero eso no quita que el miedo que sentí aún de vez en cuando me pone la piel de gallina. Era una banda maldita, era una banda de metal, era el polo opuesto delo que sea que sonara en ese tiempo, porque no sé si ya existían Duran Duran o Mister Mister. No lo sé y no me importa, a nadie le conté en esa época que me dio miedo la risa de Gillan mientras leía las letras que dicho sea de `paso, también espantaban un poco.
My eyes are blind but I can see.
Ya más grande, en la preparatoria, la claridad de ciertas cosas era más evidente, pero también la ignorancia en cuanto a otros temas. Me explico: a finales de los 80 que es cuando yo cursé la prepa tú estabas de capa caída, Seventh Star, Eternal Idol y The Headles Cross (sobre todo los últimos dos porque el primero nunca lo tuve) son discazos, pero el mundo estaba descubriendo muchas otras bandas, muchos sub géneros y fueron justo las bandas que empezaron a destacar en esos años las que un poco más adelante ayudarían a que recuperaras tu estatus de leyenda primigenia citándote como máxima influencia. Y sí, mis ojos estaban ciegos pero de alguna manera podía ver que aún sin entender a fondo lo que realmente significabas para el metal y por ende para mi vida, eras una bandota.
Tratando a las personas como peones en el ajedrez.
Y hoy que mi trabajo me obliga a estar más enterado que nunca antes en mi vida de lo que pasa con la política, esa canción que tanto escuché, que tanto escuchamos mis amigos y yo, que tantas y tantas veces “tocamos” con guitarras imaginarias cobra más relevancia. Escondido entre la escenografía satánica y ocultista casi siempre fuiste una de las mayores fuentes críticas de las que me alimenté para abrir los ojos ante lo que pasaba en el mundo. Cuando ya tenía edad suficiente para entender mejor algunos contextos, cuando ya leía artículos en muchas revistas y letras de muchas bandas y me metía de lleno en lo que decían, las tuyas casi siempre destacaron por ser letras que obligaban a la reflexión, al análisis, a la investigación (no académica, claro, más por el lado de la curiosidad y tratar de entender algunas frases). Y claro, ya el aglomerado de bandas que escuchaba era mucho más amplio, me tocó vivir, igual que a ti, el surgimiento de lo que a mediados y finales de los 80 se comenzó a distinguir como speed metal, black metal, death metal, Christian metal… Empecé a conocer tantos nombres como cuando gané en la escuela un concurso por saberme los huesos del cuerpo humano, pero uno siempre tiende a regresar o por lo menos a no olvidar sus raíces, y ahí siempre estuviste tú.
El muro dormido de remordimientos transforma tu cuerpo en cadáver.
Hoy que está de moda hablar de muros te agradezco que me ayudaras a derrumbar varios de los que yo había construido. Y es que todos construimos paredes: la escuela, nuestros papás, si no encajas en la escuela, en el deporte, en la vida. Mis muros son mi problema y no son tema de discusión abierta pero si algo me ha llevado de la mano toda mi vida y me ha ayudado a definir mi personalidad, mi ideología, mi visión del mundo han sido el rock y el metal. Y cuando va uno creciendo y empieza a distinguir entre la importancia de ser y pertenecer contrastado con simplemente ser sin importar a quien le gusta lo que le muestras o no, entiendes mejor la trascendencia de una banda como Black Sabbath. Yo sí viví de cerca el desprecio de muchos por tu música según por simplista y poco estructurada; que Sabbath jamás podría hacer algo tan agresivo y veloz como Venom o Slayer; que los cambios de ritmo de Metallica o Megadeth eran ejemplos infinitamente superiores de lo que el metal era en verdad; que las guitarras gemelas de Heloween o Maiden no las hubieras podido siquiera soñar. Y claro, todo eso es cierto al final del día, y ahí justamente está la magia: tú eres una entidad inigualable e irrepetible. ¿para qué comparar al sol con la luna si se puede gozar igualmente de lo que ofrece cada uno?
Sígueme y no te arrepentirás.
Cuánta verdad en esa frase. Yo te seguí todos estos años y nunca podría arrepentirme. Como podría después de verte aquella vez en el palacio, o como Heaven and Hell en el Auditorio y en Wacken, o como Black Sabbath en el Foro Sol un par de veces. ¿Cómo puede un metalero irredento arrepentirse de seguir a la banda que lo inició todo? ¿Cómo olvidar lo que se siente escuchar los discos de cada etapa y disfrutar cada uno por su contenido? ¿Podría yo escuchar When death calls y no sonreír? ¿Podría arrepentirme de escuchar God is Dead? ¿Sería capaz de renegar del placer que me provoca Junior’s Eyes? ¿Habrá manera de arrepentirse de cantar a todo pulmón The Sign of the southern cross en vivo? ¿Tendría el valor de arrepentirme de haber escuchado alguna vez Born to Lose? No querido amigo, uno no se arrepiente de vivir, y menos si lo que has vivido ha sido en gran medida bajo tus propias reglas y cobijado por la distorsión que le dio origen a la música que te marcó para la vida y la muerte. Es más, ni siquiera al comernos la ensalada de ratas que fue el solo de Tommy Clufetos y sentir una gran rabia porque era él y no Bill Ward quien preparaba el platillo me arrepiento de haber ido anoche a decirte adiós. Hoy no habrá reclamos, sólo gratitud.
¿Estará vivo o muerto? ¿Habrá pensamientos en el interior de su cabeza?
Muchos pensamientos, y muchos sentimientos. Ya no se te veía con el vigor de décadas atrás y sin embargo tampoco se te veía mal. Los tres al frente en negro absoluto de pies a cabeza, los riffs, los redobles incansables, el impecable trabajo de Geezer siempre con los dedos, la manera que tiene Ozzy de entregar con una voz que jamás fue privilegiada pero siempre única las letras, todo estuvo ahí, en su lugar. No hubo mucho tiempo para saber qué pensar, sólo dio tiempo de sentir, de cantar, de beber cerveza y brindar por ti y tus cuarenta y tantos años de reinado, por tu legado. Para México (aunque sea un cliché totalmente desgastado) ayer murió una banda y nació una leyenda. Bueno, no, ayer murió una banda que nació como leyenda… No, ayer dijimos adiós a un amigo que nos dejó un enorme legado que mientras existan la electricidad y alguna forma de reproducción de música no dejará de existir jamás.
Ah esas mujeres sucias no se andan con mamadas.
En esa canción Ozzy presentó a Iommi, ese que un buen amigo describe no como Dios, sino como el Diablo, en varias ocasiones. El largo solo lleno de elegancia y buen gusto más que de millones de notas por segundo obligaba a cerrar los ojos, sorber la cerveza y dejarte aturdir un poco, dejarte llevar, dejarte ser. Porque además se acercaba el final, y como el solo de la canción, uno quería que ese momento fuera mucho más largo, eterno de ser posible, que Black Sabbath no estuviera frente a nosotros, sus fans (y los miles de espontáneos también, ¿por qué no?) para decir adiós. Y junto al escenario, del lado derecho si se miraba de frente y entre dos árboles que llevan ahí ya muchos años la luna se asomaba a ratos, casi llena, iluminada pero con una cierta apariencia siniestra, como si ella también quisiera que Black Sabbath no se acabara jamás. Quizás ella misma se sentía una mujer sucia que no se anda con mamadas y por eso mismo se vistió de gala, pero de gala oscura.
Los niños del mañana viven en las lágrimas que caen hoy.
Ayer no hubo lágrimas, no de mi parte. No todas las despedidas son un adiós ni tampoco tienen por qué ser tristes. Esta era una fiesta, y aunque en concepto difieran, fue como lo describió alguna vez Raxas “la fiesta de mi funeral”. Sí, existe la posibilidad de que un funeral sea una celebración. Ya que no podemos evitar la muerte podemos celebrar entonces el final de una vida plena, y si bien no puedo hablar por ti porque no caminé nunca en tus zapatos, a pesar de que me lo imaginé miles de veces, sé perfectamente bien que mi vida fue y será más plena porque te tengo a mi lado.
Te digo que disfrutes la vida, ojalá yo pudiera, pero ya es muy tarde.
No, nunca es tarde, no seas paranoico. Gracias por todo, salud.

7 comentarios:

Babymetal dijo...

Muy sentido homenaje a los creadores de esa maldita droga llamada Metal. Salud.

Unknown dijo...

Muy buen trabajo Luis, inmejorable reseña de vivir una leyenda que ha marcado a la mayoría de metaleros. En hora buena.

Panda Towi dijo...

Lo mejor que te he leído en todo este tiempo. Felicidades!!! Qué joya!!!

Anónimo dijo...

Excelente tenia rato de no entrar al blog pero sabia que lo que leería hoy seria sorprendente.
Saludos.

Chico Migraña dijo...

Gracias por las flores a todos.

Anónimo dijo...

Buena reseña Migraña, directo del corazón. Sin duda la banda perfecta y la más grande de la historia. Cualquiera que se atreva a tratar de ningunear a Sabbath no es más que un ignorante y un neófito, un filisteo. No pude estar ahí pero en espíritu seguro que asistí.

Javier Hernández Chelico dijo...

Un recorrido minucioso Sabbath-Migraña, Migraña-Sabbath. Hasta dan ganas de escribir como usté, señor Chico Migraña. Salú