jueves, noviembre 30, 2017

Hell and Heaven: el niño, el adolescente y el adulto.


Todos los festivales del mundo, los de metal y los del género que sea, nacen con más preguntas que respuestas. Idealmente, todos deberían mejorar con cada edición, pero eso requiere de un atributo que el ser humano en general no siempre recibe de buena gana: la capacidad de tolerar la crítica. Cuando un ser humano aprende a leer y escuchar la crítica sin el estorbo de la entraña, crece. Obviamente ese proceso no es fácil, y menos en un mundo como el de hoy en el que las redes sociales se desbordan de opinólogos cuyo único mérito es, bueno, ninguno.
Se entiende que en el mundo de hoy la democracia en cuanto a libertad de expresión, por lo menos en la mayor parte del mundo occidental, es casi total. Es decir, todos tenemos derecho a tener y externar una opinión sobre el tema que sea. El problema es que internet derrumbó todos los filtros y le ofreció acceso para difundir sus opiniones a todo mundo en todos los temas, estén calificados para opinar o no, y eso al final del día aporta poco y complica mucho. Nadie puede –ni debe- obligarme a callar mi visión sobre física cuántica, pero yo debo tener la capacidad analítica y de auto crítica para saber que ese es un tema del que si hablo, probablemente diré más tonterías que cosas ciertas. Sin ese filtro de auto censura o de control sobre los impulsos de pertenecer a todo vía Facebook y Twitter primordialmente, lo único que se ha logrado es perpetuar la gran contradicción de que en ésta, la era de la información sin límites, es cuando los humanos estamos más desinformados.

Todo esto influye en los seres humanos a la hora de tomar decisiones. Eso y la parte contraria: los opinólogos lambiscones que tuercen la verdad hasta límites insospechados con el único fin de obtener un beneficio personal, y ya que el texto habla sobre el Hell and Heaven, eso se traduce en boletos gratis o invitaciones a fiestas o acceso a confirmaciones de algunas bandas antes que la mayoría o, simplemente, en “likes”, “shares” y “views” (es que ya nadie usa terminología en español, ¿para qué?).
¿Quiénes hacen más daño? Difícil de responder. Por un lado, los que opinan de todo sin saber de nada ayudan a confundir a la gente en temas de toda índole, y la confusión es por definición un estado anormal y con connotaciones negativas. En términos coloquiales: no está chido estar confundido. Así, la crítica que viene de este sector de personas es poco valiosa porque en general no tiene muchos argumentos para criticar. Volvamos a la física cuántica, si yo critico una nueva teoría sobre el tema, mi crítica no debería ser tomada muy en serio, es más, ni siquiera debería ser tomada en cuenta, punto, porque no estoy calificado; para eso hay físicos y matemáticos y científicos que tienen un entendimiento real sobre dicha materia. Si Juanito el de las Pitayas que ni metalero es critica al festival o al cartel o a esta o aquella banda, no debería ser tomado en cuenta. Si Juanito el de las Pitayas que nunca ha ido a un festival al aire libre, ni siquiera al Vive Latino o al Corona Capital o Knottfest o al mismo Hell and Heaven o el que sea, nunca ha salido de la CDMX y en ocasiones nunca ha salido siquiera de su Delegación tiene una opinión, que la externe, pero no debería ser tomada en cuenta, y no hablo de los organizadores nada más sino del público: una opinión sin argumentos pero llena de halagos o insultos fácilmente se vuelve viral y fácilmente nubla la capacidad de un promotor (y de cualquier persona) de entender si vale o no la pena ponerle atención. Y esto lo digo por experiencia, porque hablar de lo que hacen mal los demás siempre es más fácil que hablar de lo que hace mal uno mismo.

De igual forma, aprender a distinguir los cumplidos y palabras de aliento de las sobadas gratuitas de ego es muy complicado. A todos nos gusta que nos digan lo bien hechos que somos, lo importante que es esto o aquello que hacemos y a niveles más grandes, ¿a quién no le gustaría escuchar que su trabajo ha cambiado al mundo, o a un país o a una escena o algún aspecto cultural del entorno en el que vive o la vida aunque sea de una persona? Ahí es donde los dichos y los clichés cobran relevancia: “ni tanto que queme al santo ni tan poco que no lo alumbre”. El dicho es un cliché pero se volvió tal cosa precisamente porque refleja una verdad que se repite una y otra vez. Caer en las garras del enojo por la crítica es facilísimo, y caer en las garras de creer que se surfea en la cresta de la ola y que se es invencible lo es más. El punto medio es el que cuesta mucho trabajo, y en el caso Hell and Heaven siempre ha habido voces que se alzan desde ese punto medio. Para escuchar esas voces se debe ser adulto, y el festival parece haber llegado ya a esa etapa. ¡Enhorabuena entones!

La idea de este texto es entender el fenómeno Hell and Heaven desde una perspectiva crítica. Para lograr eso debe quedar claro que la postura de Sangre de Metal siempre ha sido cautelosa, aunque algunos no lo vean de esa manera. Por ejemplo, los que sólo recuerdan las críticas vertidas en este espacio y los que llevan el mismo nombre en Rockconexion y Sónica Tv por ejemplo, olvidan las tres sesiones en Telehit y la de W Radio en las que se alababa el cartel que se ofrecía, la llegada a México de un festival al aire libre dedicado al metal y el arrojo de una empresa que llegaba, aparentemente, con la solidez necesaria para competir con las grandes empresas. Así mismo, los que lean en este artículo una lamida de botas lo harán porque no conocen nada más allá de este texto.
El niño.
¿Por qué criticar un festival que intenta poner a México en el primer mundo del circuito metalero internacional? Palabras más, palabras menos, esa pregunta me la han hecho cientos de veces. La respuesta es simple, porque afortunadamente he vivido algunas experiencias que me dan un contexto amplio sobre lo que es y lo que puede ser un festival exitoso. Los he vivido en México y fuera del país como público y también los he trabajado desde adentro, desde el Vive Latino hasta el Monterrey Metal Fest, del Corona Music Fest cuando no se había involucrado Ocesa hasta el Creamfields, desde el Corona Capital (ya bajo el ala de Ocesa) hasta el Wacken Open Air. Eso, desde mi perspectiva, me da cierto anclaje para opinar.

El niño Hell and Heaven se lanzó al mundo sin medir las consecuencias de sus actos, motivado más por elementos lúdicos que por elementos calculados: quería presumirle su juguete a todos sus amigos, compartirlo para que todos se divirtieran, porque además tenía el juguete que todos querían pero muy pocos tenían. Era más ingenuo de lo que cabía, y eso al final la salió caro.
El niño Migraña por su parte estaba feliz de estar cerca del niño con el juguete nuevo (es justo criticarme a mí mismo, ¿no?). El entusiasmo era similar al del niño Hell and Heaven y se aventó de cabeza y feliz a la que le dijeron que era una alberca de espumas, incluso como todo niño tenía a sus amigos a los que quería tener cerca en este festejo y alguno que otro que toleraba sólo porque no valía la pena pelear.
El problema en Texcoco es de todos sabido, y si no, pueden checar mi post más polémico al respecto, aquí. Ese problema hizo que los niños Hell and Heaven y Migraña llegaran de golpe a un estado de adolescencia, ese en el que se está en camino a la madurez pero aún sin distanciarse totalmente de la infancia. Adolescentes y enfrentados, además.

El adolescente.
Lleno de hormonas, el adolescente Hell and Heaven lanzó culpas, indirectas, directas y golpes a diestra y siniestra. Casi no escuchó a las diversas voces que cuestionaron su accionar, y cuando lo hizo, fue por encimita. El mundo estaba en su contra y él no entendía por qué, todo era una conspiración, lo querían fuera de la jugada y demás actitudes típicas de los impulsos de la adolescencia. Sin embargo en esa etapa también hay mucho vigor, y en defensa del joven Hell hay que decir que no tiró la toalla, aceptó alianzas (o lo obligaron las circunstancias a aceptar o “haiga sido como haiga sido”, Felipe Calderón dixit) y siguió adelante, aunque con ciertos errores que otros adolescentes, como el tal Migraña, expusieron (el no tener bocinas hacia la sección General y que Kiss no pudiera usar la araña son los ejemplos más recordados). 
Ahí, dolido sobre todo porque su banda favorita no pudo lucir como debía, el adolescente Migraña volvió a denunciar que el festival seguía en camino de crecer y establecerse como una marca de estándares competitivos en el primer mundo, pero que todavía no llegaba a ese punto.
Aquí cabe aclarar que hubo muchísimas voces que estaban en el mimo canal en cuanto a reportar las incidencias del festival, tanto lo bueno como lo malo. Muchos tendrían una motivación similar a la mía de presionar para que ciertos detalles mejoraran, y otros seguramente tendrían su agenda personal y criticaban con mala leche como hoy lo hacen muchos anti Zepeda Bros por ejemplo. Es decir, algunos criticaban para rematar con frases celebrando a Zepeda Brothers y su Knottfest de igual manera que hoy muchos lambiscones del Hell and Heaven alaban a Live Talent y cierran sus halagos con denuestos contra Zepeda Brothers; el famoso síndrome del cangrejo, aunque esa es carnita para otra tortilla o información para otro tipo de texto.
Ese adolescente Hell and Heaven reapareció con la que hasta hoy es la más reciente edición del festival, la de 2016, y mostró una marcada mejoría que sin embargo no terminaba de cuajar; probablemente lo que le faltaba era aprovechar de mejor manera esas alianzas que ya había establecido, aflojar un poquito en el control del festival con la idea de que eso lo llevaría a una mejora que lo iba a beneficiar, mientras tanto, el adolescente Migraña había perdido la perspectiva de la crítica con sentido y en ocasiones lo hacía desde la entraña.

El adulto.
Hacer pública, aunque sea entre líneas, la alianza con Ocesa, es el mejor paso que pudo dar el festival. Sí, eso significará para ellos perder algún porcentaje de control e independencia pero al mismo tiempo significará que su marca sobrevivirá y que potencialmente crecerá al nivel de festivales como el Vive y el Corona, hablando de cuestiones logísticas (baños, accesos, infraestructura, sonido…).
Ahora bien, en cuanto a talento (cartel), el festival ha sido adulto desde su primera edición, aunque entre adultos también hay quienes destacan más que otros. Los gustos de cada quien serán siempre un estorbo (y me incluyo), pero hay que tener claro siempre que para que un festival de ese tipo funcione, se necesita vender boletos. ¿Rammstein vende más boletos que Ozzy? Sin duda. ¿Rob Zombie y Korn apestan? Para mí sí, pero venden y están dentro del espectro del metal. ¿El cartel del 2018 es el mejor que han conjurado? Pues una vez más es cuestión de gustos, pero una cosa es haber tenido carteles adultos y otra es lo que lograron para 2018, ese cartel no sólo es de primer mundo sino de envidia para gente de otros países.
El adulto migraña y sé que muchos de mis contemporáneos siempre soñamos con un cartel así cuando éramos niños y adolescentes. No sólo es que estén Ozzy y los Scorpions y Deep Purple y Judas Fucking Priest, porque sólo con eso el cartel sería histórico, es el conglomerado de leyendas que redondean ese cuarteto lo que lo hace maravilloso. Además, desde la perspectiva de negocio, está equilibrado en cuanto a generaciones; hay bandas que empezaron en los 60 (Scorpions y Deep Purple), en los 70 (Judas Priest y Saxon), en los 80 (Ozzy [como solista obviamente], Testament, Megadeth, Overkill, Bad Religion, Marilyn Manson, L7, Brujeria), en los 90 (Refused, Moonspell, Sabaton, Watain. Killswitch Engage) y los 2000 (Gojira, After The Burial, Kadavar, Hollywood Undead).

Al final del día todo recae en la idea con la que inició este texto: todos tienen derecho a una opinión. La mía es que la alianza entre Live Talent y Ocesa (los detalles de porcentaje de participación y demás son irrelevantes, por lo menos por lo pronto y para mí) es una apuesta ganadora. Live Talent gana en cuanto a la capacidad de sus socios para organizar exitosamente festivales masivos y Ocesa gana en cuanto a la sensibilidad que ofrece su nuevo amigo de lo que es o no un buen cartel metalero.
En cuanto al apartado de bandas nacionales, aún falta saber si mantendrán o no (espero que no) el mal llamado New Blood Stage que más que escenario parecía carpa de vacunación del DIF, y si lo mantienen, entonces ver que de verdad sea un espacio que merezca el título de escenario digno. Fuera de eso, es agradable y sorprendente ver que también ahí el Hell se convirtió en adulto y ahora abre más espacios no sólo para las bandas comúnmente asociadas a ellos (Tanus, Pressive, Thell Barrio, Los Viejos) y a Ocesa (Qbo, Ágora, Resorte, S7N) sino que da la bienvenida también a propuestas más jóvenes (Jet Jaguar, Tulkas) y clásicos de la nueva generación (Strike Master).

Así, el Hell and Heaven está más cerca que nunca del primer mundo metalero y sólo falta ver si algunas de las críticas más recientes, como la falta de más baños y que además estén limpios o la poca variedad y cantidad en la oferta de alimentos, son atendidas. También habrá que checar que los extras propios de los boletos más caros (estacionamiento cercano, baños exclusivos…) de verdad se cumplan.
Ojalá el adulto Hell entienda que no es tan malo como sus peores críticos dicen, pero que tampoco ha llegado al punto de ser tan bueno como sus más descarados lambiscones le dicen que es, porque entonces, va a crecer mucho más.

La soberbia es un mal por el que pasamos muchos, pero la humildad es el paso siguiente y se llega ahí cuando, sea de la manera que sea, uno se rompe la madre y acepta la crítica, sin que eso signifique jamás renunciar a los ideales propios o sucumbir ante los deseos de los demás.

martes, octubre 31, 2017

Gene Simmons, reseña

El Rock por naturaleza suele ser rebelde, crítico, subversivo y eso es bueno, pero también por momentos puede ser divertido sin que eso implique perder validez.
Sobre Gene Simmons, la persona, se ha dicho y escrito mucho, demasiado tal vez. La gente habla de él como si en verdad lo conociera y sin tratar de defenderlo, porque ha demostrado mil veces que es perfectamente capaz de hacerlo, lo primero que debe importar al hablar de él debe ser su oferta artística sobre el escenario: “los negocios son una cosa y la música es otra”, escribió acertadamente hace unos días en un comentario de red social el periodista José Luis Pluma.

La venta de boletos no fue ni remotamente la esperada, en ese sentido el concierto del 30 de octubre fue un fracaso rotundo. Algunos estaban gastados (fin de semana de Knottfest, Puebla Metal Fest, Northside Rock Park Meeting, Defenders of The North, Kreator, Tarja…), otros ni siquiera estaban enterados y muchos no fueron por una abultada cantidad de prejuicios sobre la ideología política y moral de Gene. Es decir, muchos Kisseros y rockeros en general se perdieron de un gran concierto porque Simmons ha mostrado estar de acuerdo en ciertas decisiones de su presidente, o porque quiso patentar el uso de los cuernitos tipo Spiderman, o porque no le gusta firmar memorabilia o porque esto y lo otro. Ciertamente vivimos en una democracia (muy cuestionable en niveles concretos, pero democracia finalmente) en la que todos tienen derecho a opinar (por lo menos en cuestiones vacuas como un concierto de rock o la vida de un artista), comprar o no boletos para un concierto con base en cualquier argumento que deseen y despotricar contra un artista determinado en lo que por momentos parecía campaña para, justamente, lograr que la gente no fuera.
Gene tiene el cuero bastante grueso y no se deja amedrentar por estas nimiedades, finalmente es el creador de la mitad de uno de los emporios más grandes en la historia del rock, estableció de manera empírica y después muy estudiada un reglamento no publicado que siguen todas las bandas del mundo del rock duro -desde los casos obvios como Maiden y Metallica hasta los más true como las bandas blackers que venden cervezas con sus nombres- sobre como hacer rentable un producto, aunque algunos nos tardemos años en asimilar y aceptar que una banda de rock es entre muchas cosas más, es un producto.
Por eso hay que dividir los sentimientos personales hacia un artista y los sentimientos hacia la creación artística de dichos personajes. Una vez que se logra, el de anoche fue un concierto que cumplió con una premisa básica de Kiss: divertir y entretener (quiero rocanrolear toda la noche y enfiestarme todo el día).

Dos minutos antes de las 9 de la noche comenzó la intro de “Radioactive”, aunque sólo fue eso, la introducción. La descarga rocker comenzó propiamente como han arrancado algunos conciertos de Kiss en México, con “Deuce”. Contrario a lo que se vio en algunos videos en los que parecía que Gene estaba aburrido, en el Pepsi Center comenzó con la actitud correcta sin importar el tamaño de la audiencia (que por cierto y gracias a los trucos para reducir espacios se veía nutrida, aunque no lo fuera tanto).
Su presencia era impecable: vestimenta negra con algún adorno de calavera mexicana en la camisa, cabello recién pintado, lentes oscuros redondeaban esa ególatra postura física y gesticular que tanto ha marcado su carrera. Pero es Gene Simmons, y aunque un poco menos marcado, dos días antes también Paul McCartney, el Sir Británico, se dejó querer por la gente a manera de porras con su nombre y también él alentó en un par de ocasiones a la gente para que lo celebraran. Y lo hacen casi todos los cantantes de bandas de rock exitosas, aunque los fans de esas se enojen y digan lo contrario.
“Nothing To Lose”. La historia sobre sexo anal que se hiciera clásica en la voz de Peter Criss pero que es autoría total de Simmons fue el segundo tema de la noche y le siguió “Shout it out loud”, co escrita por él, Paul Stanley y Bob Ezrin. Hubo por ahí algún comentario de alguien que se quejaba ya en ese momento de que sólo eran temas de Kiss, y bueno, probablemente esta persona esperaba versiones de los Beatles o Queen, aunque en el escenario el que estuviera parado fuera el co fundador de Kiss, en fin.
Uno de los riffs más reconocibles de la discografía Kissera dio pie a la interpretación de la cuarta canción de la noche. “Parasite” es original de Ace Frehley, pero debido a que no se sentía cómodo como cantante, esa parte corrió a cargo de Gene. Curiosamente, cuando Ace vino a México y cantó algunos temas que no son suyos, muchos Kisseros lo celebraron (y con justa razón porque fue también una gran noche), pero al tratarse del pesado, ególatra, simio –y todo adjetivo que usted le quiera agregar al “Demonio” Simmons- algunos lo ven mal. No en el Pepsi, ahí parecía que un porcentaje casi total del público entendía que la noche era para celebrar y no para denostar.

“Parasite lady, Parasite eyes, Parasite lady, no need to cry”
Siguieron las presentaciones de la banda sobre una base musical tipo ZZ Top para que luego Gene se tomara un tiempito de jugueteo con el público. Probablemente porque se trata de un concepto mucho más relajado, dirigido ciertamente al universo kissero pero concretamente al que se identifica más con él, Gene rompió algunas barreras que Kiss normalmente no rompe, como subir gente al escenario. La primera de tres ocasiones sucedió para la interpretación de “Do you love me?”, otra de Paul Stanley que fue de las más coreadas en la noche. Igual que Ace hace algunos meses, cuando el trabajo vocal de la versión original no le corresponde a él, en lugar de usurpar, dejaba que alguno de sus tres guitarristas tomara la batuta y él se ,limitaba, igual que en los discos, a hacer los coros.
Tres guitarristas. Parece una especie de epidemia. Probablemente habrá eruditos que defiendan esta decisión pero habemos otros menos preparados que no lo entendemos. Y aquí cabe la crítica constructiva sobre el único detalle negativo que se notó de manera permanente en la noche, el ingeniero de sala parecía no conocer las canciones y varias veces dejó en segundo y hasta tercer plano algunos solos que son parte fundamental de las canciones, y más cuando además son clásicos de Kiss. Sí, la ecualización de la batería por ejemplo era grave y le daba un claro aire al sonido de Creatures of the Night por ejemplo, pero si bien Gene es culpable de caer en el vicio de llevar tres guitarras para interpretar canciones que desde hace cuatro décadas se tocan con dos, su ingeniero (o el que puso el promotor, sea cual fuere el caso) fue culpable de tapar muchos momentos mágicos.
“I love it loud”, co escrita por Simmons y Vinnie Vincent fue la que siguió y fue también momento de reconocer que, a pesar de que sus nombres realmente no dicen gran cosa, los músicos de la Gene Simmons Band son realmente buenos y se dedicaron a lo que se esperaba de ellos: reproducir cada tema lo más fielmente posible en relación a las grabaciones originales, y eso incluía en este caso reproducir sin falla alguna el solo de Vinnie.

Uno de mis momentos más emotivos llegó con “Let me go Rock and Roll”, nostalgia pura al ser uno de los primeros 4 temas que escuché de la banda hace  casi 40 años. Otra reproducción perfecta del tema original y otra pesadilla tratar de distinguir los solos que el ingeniero parecía decidido a ignorar. Un truco de hacer una especie de cuchara con la mano sobre las orejas resolvía el problema, pero lo óptimo sería que el encargado de la ecualización hiciera su trabajo. Siguió con más del Creatures of the Night, hasta ese momento el disco menos viejo del cual Gene había escogido temas (1982) y tocó turno a “War Machine”, co escrita por él, Adam Mitchell y Jim Vallance, un buen recordatorio de que en ocasiones, el Demonio es capaz también de escribir temas pesados y contundentes.
La segunda vez que permitió gente externa en el escenario fue para presentar a un niño pequeñito, probablemente de no más de seis años, llamado Esteban. Maquillado como Gene, el chavito mostró gran temple al recibir ovaciones y en lugar de arrugarse, sacar la lengua y levantar ambas manos para hacer los cuernitos de tres dedos, aunque ya para despedirlo Gene le dijo “bueno, ya vete”, lo cual provocó algunos coros de “culero”. Al mexicano le cuesta trabajo entender ciertas cosas del gringo promedio, y ciertamente el trato interpersonal entre un pueblo y el otro es muy diferente: el mexicano tiende a ser amable y educado, el gringo es más brusco. Cuestión de idiosincrasia más que de prepotencia en todo caso.
“¿Quieren escuchar Charisma?”. El rotundo sí fue como apertura de pista y por fin, luego de varias giras que han tocado suelo mexicano la gente pudo escuchar el que fuera el primer gran éxito de Kiss en este país. Y tal como sucede con “I was made…”, en vivo y sin efectos de estudio ni suena a música disco ni tampoco desmerece en el espectáculo, al contrario, hizo que todos cantaran.

La aventura musical más cercana a nuestros días llegó con “Domino”, del disco de 1992, Revenge. Con una mezcla de la letras del demo original y las que salieron ya en la edición final, el tema escrito y cantado por Gene abrió paso para una verdadera joya, “Going blind”, un tema muy bizarro que habla sobre una persona de 93 años que se enamora de una niña de 16 y que tristemente se convirtió en realidad de cierto modo cuando en el 2014, Stephen Coronel, el co autor del tema fue sentenciado a seis años de prisión por explotación sexual de un menor. Como sea, las perversiones de aquél no empañan en lo más mínimo el hecho de que, ahora sí, el tema se escuchó en todo su esplendor con ese riff de bajo tan característico que la enmarca.
Otro riff clásico de la kisstoria es el de “Watchin’ you”, otra obra con autoría total de Gene que sirvió como preámbulo para la despedida. La tercera ocasión en la que subió gente al escenario fue para despedir la noche con “Rock and Roll All Nite”, sólo que alguna asistente de apodo “Tiny” (chaparrita o pequeña) se tardó en coordinar la logística de ese detalle, lo que provocó que Gene, que ya había regañado a la susodicha públicamente antes, pidiera un coro de “Tiny sucks” y cantara un pedazo de “La Bamba”. Los tiempos cambian y las afortunadas que estaban en el escenario perdían el tiempo en tomarse selfies con Gene de fondo en lugar de aprovechar la experiencia y cantar junto a su ídolo.
Trece canciones que ciertamente son pocas, pero también se entiende que se trataba de un concierto diferente, un pretexto para divertirse y escuchar de viva voz de su creador algunas canciones que Kiss, o no toca, o lo hace de manera muy esporádica.

Simmons anunció desde el escenario que el año que viene Kiss regresará a México, y si bien se le achacan muchas cosas negativas, también es de reconocerse que cuando hace algún anuncio de ese tipo es porque hay verdad detrás del dicho y no es sólo hablar por hablar, así que la hora restante de música, la que se lleva primordialmente Paul Stanley, las explosiones, el maquillaje, los trajes, el logo iluminado, el mega diseño escenográfico y todo lo que implica un concierto de Kiss sucederá en el 2018. Hoy es un día para sonreír, el de anoche fue un concierto con la única finalidad de entretener, desempolvar algunos temas oscuros, convivir y disfrutar. Sí, Kiss se toma muy en serio la parte del negocio y Gene es uno de los dos patrones que ponen orden ahí, pero ayer demostró que también se sabe divertir y relajar.
Genio y figura hasta la sepultura, el Demonio Simmons provocó el descontento de algunos cuántos al recibir desde la audiencia una playera, la leyó, se secó el sudor con ella, se frotó los genitales con ella y la regresó a la audiencia. Eso es un gran pedazo de memorabilia coleccionable, y también fue una de tantas cosas nimias que Gene hace y que a algunos ofende. Larga vida a Gene, Dios del Trueno.

Si llegaste hasta aquí, muchas gracias.

**Todas las fotos son cortesía de OCESA/Lulú Urdapilleta.

domingo, octubre 15, 2017

Calabazas Reunidas

Esta es una de esas ocasiones en que no importa lo que digan páginas como la oficial de Helloween, Wikipedia o Metal Archives, porque la información en ellas es confusa; me importa entonces lo que yo recuerdo, y tengo la prueba de que así como lo cuento, es. Yo conocí a Helloween con un EP que en varios sitios (incluso la página oficial de la banda) es acreditado como sencillo, llamado “Judas”. La versión que yo tengo es de 1986 pero contrario a las fuentes oficiales, trae 5 y no sólo tres canciones, de ahí que me incline más por llamarlo EP. Está firmado como producto de Noise International y Combat Records y la distribución se le atribuye a ImportAnt. Es en todo caso una mezcla del primer EP oficial de la banda, llamado Helloween, y el sencillo de 1986 llamado Judas; es decir, el lado A de mi disco es todo lo que se encontraba en el sencillo llamado Judas (“Judas”, “Ride The Sky” y “Guardians”) y el lado B coincide con el lado B del EP homónimo. ¿Confuso? Bueno, eran los tiempos en los que no existía internet así que los registros de ciertas cosas suelen ser erráticos. Es, como sea, un disco especial en mi colección porque fue el que me abrió la puerta para conocer a la que hoy, 30 años después, se mantiene como una de mis cinco bandas favoritas de todos los tiempos.


El vinil lo compré en una tienda que se llamaba Discos Ser, en la calle de Perpetua, justo en la planta baja de lo que después se llamó el LUCC y que en algún tiempo fue un estudio de tatuajes llamado Rock and Roll Circus.
Poco después llegó a mis manos el Keeper of the Seven Keys Pt II, lo cual sugiere que conocí a la banda por ahí de 1987-88, y desde entonces, el enamoramiento fue intenso. Helloween fue la primera banda que vi en vivo en el Circo Volador, o por lo menos eso creo recordar. Aunque no recuerdo el año, la sensación es bastante vívida, en las paredes internas del ex cine había grafiti, el lugar se sentía húmedo y además el techo sudaba, literalmente. Después he tenido la fortuna de verlos en varias ocasiones más, con varias de sus alineaciones y prácticamente con todos los músicos que han pasado por ahí, excepto obviamente con Ingo Switchenberg, fallecido trágicamente en 1995 tras arrojarse a las vías del tren, en Hamburgo.
La historia de la banda es amplia y ha sido contada muchas veces. Hoy parece irrelevante quien tenía razón, aunque a juzgar por el tipo de discos que hizo Michael Kiske luego de ser expulsado y el tipo de discos que hizo Helloween, es más probable creer la difundida idea de que cortaron al cantante porque llevaba a la banda por un camino musicalmente incorrecto. A mí me gusta mucho el Chameleon, pero ciertamente es un disco que queda ahí como parte de una etapa experimental y no como un clásico del metal.
Crecer como metalero implica absorber toda la información que se pueda sobre las bandas que a uno le gustan. Hacerlo sin internet era mucho más divertido y exótico, dependías de las revistas, las historias de los amigos o primos que habían viajado fuera de México, de los dichos de los demás. Así, saber que existía un Keeper Of The Seven Keys sonaba lógico si existía uno llamado Part II, después estaban los casetes que grababan los amigos, y que tal rola venía en el primer disco de la banda, uno llamado Walls of Jericho, pero entonces ibas a la tienda de discos (Ser, o Zorba Music o Hip 70 o Super Sound en mi caso) y buscabas, y si el que te atendía era más bien progre o rocker pero no metalero, la odisea era peor porque de ellos dependía parte de tu conocimiento sobre el metal: si ellos no sabían, tú quedabas en el clásico “mis amigos dicen que” y debías aprender con base en eso, como el sexo. Esto es, si ellos no sabían o te decían que no existía, difícilmente podrías encontrar una fuente más informada o con mejor credibilidad. Lo bueno en mi caso era que los casetes no mentían y canciones como “Heavy Metal Is The Law” daban fe de que había más discos, o por lo menos más canciones de las que ya conocíamos para finales de los 80.
Ya con Andi Deris el cambio era notorio, pero si bien las canciones eran menos épicas y la voz un poco menos espectacular, también era cierto que los discos eran mucho más pesados y rápidos. ¿Cómo no caer ante los pies de una banda que después de crear maravillas como “Ride The Sky”, “How Many Tears”, “I’m Alive”, “Future World”, “March Of Time”, “Eagle fly Free” o “Halloween” superó el bache creativo de Pink Bubbles Go Ape y Chameleon para crear temas como “Sole Survivor” y “Still w ego”, para de ahí seguirse en una racha que más bien ha sido excelsa?
Como sucede con cualquier banda que alcanza el estatus de leyenda, los rumores, peticiones y exigencias de volver a la alineación original o por lo menos a la alineación clásica nunca se dejaron de escuchar. Deris ha hecho un trabajo excelente a lo largo de diez discos, más de los que grabaron con la alineación original (uno solo) o la clásica (cuatro). Así, yo tuve la fortuna de verlos con Kai HYansen de invitado en Wacken, y luego en México. Posteriormente el mismo Hansen se reunió con Kiske en el marco del proyecto Avantasia y los rumores crecieron hasta que la banda encontró una respuesta que parece la ideal para satisfacer esa demanda: Pumpkins United. 
Aquí no hubo necesidad de correr a nadie para hacerle cancha a los que regresan, lo único que se hizo fue sumar piezas. Hansen suma una guitarra al doble ataque que mantienen desde hace algunos años Weikath y Gerstner, el bajo siempre ha corrido en manos de Grosskopf, Deris y Kiske tendrán su espacio detrás del micrófono y la batería, que es la única posición que por razones obvias no puede rescatarse en el contexto de la banda original queda en manos de Dani Löble, que lleva ya doce años y cinco discos con la banda. Manjar de manjares en el que a pesar de que no se sabe cómo funcionará exactamente, será México el país que le ofrezca la primicia al mundo entero. Primero en Monterrey, el 19 de octubre, y luego en la CDMX, el 21, las calabazas reunidas pondrán no sólo el pie en el acelerador sino la pauta de cómo serán las hasta ahora 33 fechas extra que se han anunciado.
Es de esperarse que alguno saldrá decepcionado, alguno de esos a los que nada les acomoda, aunque también es cierto que llega un momento en la vida de cada metalero en que lo menos importante es saber de qué se quejó alguien más y tener una opinión propia sobre lo que se atestigua. Desde mi perspectiva, Helloween es una de esas bandas que jamás te decepciona en vivo, o por lo menos a mí nunca me ha sucedido. Esta experiencia tiene todo para ser uno de los momentos más memorables del power/speed metal y así es como considero que debe ser la expectativa, porque eso sí, la banda camina sobre una afiladísima hoja de metal y depende sólo de ellos que al terminar de recorrer ese camino lo hagan sin cortaduras en los pies.
Recuerdo que siempre he escuchado que Weikath es sangrón y que no le habla a nadie y que corrió a todos los corridos en la historia de las calabazas, pero a pesar de que nunca he tratado directamente con él, una vez lo vi en Wacken portándose completamente al revés de lo que su fama indica. Estaba con algunas personas en la zona VIP, bebiendo cerveza y fumando tabaco cuando se le acercó un niño pequeño, probablemente de no más de 8 años. Supongo, porque no hablo alemán, que le habrá pedido que le firmara una libreta que llevaba. Weikath le contestó en lo que aparentaba ser un mal modo porque el niño se quedó pasmado, pero luego le tomó su libreta y la pluma y le hizo un dibujo maravilloso de una calabaza, adornada con su firma. Supuse entonces que lo que dejó petrificado al niño no habría sido una grosería sino, tal vez, algún comentario amable. Como sea, el gesto fue de alguien que sabe tratar a sus fans y no de un patán. Historias que aprende uno en esta carretera del rock.
Cada año me imagino que es poco probable que algo llegue a sacudir mis cimientos, que ya no hay casi nada que no haya visto y que me mueva el tapete, y cada año sucede que me toca ver en México a Celtic Frost en el último concierto de su carrera o a Candlemass en el lobby del Circo en una de las experiencias más sobrecogedoras que he vivido o que puedo disfrutar de My Dying Bride al borde de las lágrimas o claro, que las calabazas se reúnen y se vuelve imperativo estar ahí.
Por eso no quiero cerrar este homenaje a una de mis bandas favoritas con un tétrico “ojalá todo salga bien”, mejor con un decidido “ojalá superen mi expectativa, que es bastante alta por cierto”.

¡Allá nos vemos!

domingo, septiembre 03, 2017

Testament, reseña


La gira que los trajo de regreso a México, esta vez como estelares, con banda invitada (Thrashsteel) y no como co estelares (con Cannibal Corpse en el Pabellón, el año pasado) es para promocionar el excelso Brotherhood of the snake, décimo primer larga duración en la cuenta de discos en estudio de Testament. Tal vez por esa razón arrancaron el concierto con dos golpes directos a la cabeza sacados de las entrañas de ese trabajo, “Brotherhood of the snake” y “Rise Up”.
Tuve la enorme dicha de estar cerca de la banda por algo más de tiempo que el que normalmente se tiene, incluso cuando se trabaja con el promotor: esta vez fui “tour manager” para esa fecha así que por fin tuve chance de estar unos minutos extra alrededor de una banda que  si no está en mi top 5 es meramente porque las que están ahí llegaron a mi vida un poco antes. Por supuesto está en mi top 10, lo ha estado por muchos años ya; es más, si alguien ha seguido el blog o los programas de radio sabrán que por ejemplo, por más que Death Magnetic de Metallica me pareció un buen disco en 2008, estuve totalmente en desacuerdo con toda la prensa oficialista del metal que colocó ese trabajo como disco del añi, no, para mí esa distinción le correspondía sin pensarlo a The Formation of Damnation, de Testament.

Así las cosas, llegaron al Plaza unos 25 minutos antes de las 9, bañados y descansados pero probablemente con un guiño de ansiedad provocado por alguna mala experiencia en El salvador, país del que llegaron al medio día de ese mismo viernes. Pidieron retrasar el inicio 10 minutos para tener tiempo de aclimatarse y de paso que Alex contestara una entrevista previamente pactada y que al no poderse hacer en el hotel, se hizo en el backstage. A las 9 con 10 minutos casi todo estaba en perfecto orden, todos ellos ya en un costado el escenario, pero uno de sus técnicos no lograba dejar en orden el bajo. Pasaron así otros 10 minutos y empezaron; el detalle del bajo, me confiaría ya después el “guitar tech” era un botón apretado que debía estar libre, responsabilidad suya, pero que con menos de 5 horas de sueño en las últimas cuarenta y tantas se le había ido el avión. Sí, también los foráneos se equivocan, aunque llore la malinche.
“When I say rise up, you say war. Rise up…War!”

Once discos en 30 años son menos de los deseados, pero igualmente son ya tres décadas de que saliera a la venta The Legacy, esas son tres generaciones de metaleros y normalmente, las bandas con tantos años suelen mantener una sólida base de seguidores que los amaron en los primeros años, antes de que (cinismo mode on) se vendieran o dejaran de tener hambre o se conformaran u olvidaran sus orígenes (cinismo mode off). Eso suele significar que los temas de discos más recientes no siempre tienen impacto porque esos viejos fans que hacen mayoría en la audiencia, ya no las conocen. En esa noche, la noche de Testament (Pólvora Rock dixit) las dos rolas de inicio, de 2016 y 2012 respectivamente fueron no sólo bien recibidas sino totalmente coreadas. Y a la banda no se le escapan esos detalles, probablemente como ritual previo, Steve DiGiorgio venía en la camioneta hablando de sus experiencias en México, de cómo con Sadus la primera vez salieron a la calle a pelear con los mercantes piratas para luego descubrir que su merca era mucho más creativa y chida que la oficial. Recordaba el Circo Volador, “un inmueble que igual no es el mejor como tal pero con un gran ambiente”. Nunca habían tocado en el Plaza, ninguno de ellos. Y lo más curioso era que hablaba para él solo porque nadie le contestaba, todos iban con sus teléfonos o audífonos, hasta que uno de los técnicos se dio cuenta y le contestó. Chuck Billy venía haciendo trompetillas, algo que no entiendo aún como pero se supone que ayuda a los cantantes a calentar. Es decir, venían ansiosos, concentrados, listos y supongo que un poco expectantes. Ya más adelante en el show Billy dijo que “México, Ciudad de México nunca nos falla”, lo cual ayuda a mi teoría de que probablemente hoy, 30 años después, aún no pierden ese pequeño nervio y esa breve incertidumbre de no saber que va a pasar.

Probablemente el primer momento en el que me quedó bien claro que la noche sería mágica y que arriba del escenario ellos también lo sentían fue con “More tan metes the eye”, apenas la tercera de una larga lista de temas para esa ocasión. Todos ellos sonreían cuando la gente reproducía a muy buen volumen el coro de la canción. Abajo del escenario Chuck Billy es muy serio, pero ahí arriba en ocasiones sonríe, y a partir de ese momento, la sonrisa casi nunca se le quitó.
Tres canciones debajo del cinturón y se antojaba un guiño hacia lo clásico, pero no, siguieron con “The pale King” y “Centuries of suffering”, otras dos bombas sacada del Brotherhood que, sorpresivamente, no disminuyeron el nivel de entrega del público. Habrá quien se queje de que eran muchos temas nuevos (y faltaba uno más) pero no sólo Brotherhood es el disco más reciente de la banda sino que es un muy buen disco, en términos generales se entiende y se acepta que quieran tocarlo.
Así, la primera certeza de que Testament sabe que su pasado es la piedra angular de su gloria llegó con “Electric crown”, del disco The Ritual. Para ese momento ya me encontraba en el segundo piso del Plaza y veía como el mosh y circle pit no cesaba. La única variante era que con ciertas canciones cambiaba su tamaño, pero empezó con las primeras notas de la noche y no terminó hasta la última nota de la noche, mágico. Siguió otro manotazo de autoridad con “Into the pit”: “Desde los primeros días de Testament, en el área de la bahía de San Francisco hay algo que ha sido una constante toquemos donde toquemos, y de eso habla esta canción. Quiero ver a la Ciudad de México volverse loca”, y si bien la ciudad entera es un caos, los cerca de 1500
Cabezas de Sonaja reunidos en la condechi hicieron que tomaran vida las palabras de la canción en un espectáculo que probablemente nunca antes había sucedido en tan elegante lugar: “Join the insanity or die as you fall, into the pit! The mass production and the killing of all, into the pit!”

Testament puede decir orgullosamente que jamás ha comprometido su sonido, y son muy pocas las bandas que podrían presumir de algo así, pero eso no significa que no tengan variedad en su pesadísimo concepto, y la muestra llegó con la semi stoner “Dark roots of earth”, del disco homónimo.
La última que sonaría en la noche proveniente del Brotherhood fue “Stronghold”. A falta de una libreta para apuntar y desconfiando enormemente de mi memoria, aún a pesar de que esto sucedió día y medio antes de que escribo esto, para este momento ya habíamos gozado de un solo, o de un espacio para mostrar su habilidad en el instrumento fuera del contexto de una canción, de Alex Skolnick. Y aclaro porque todas las canciones están llenas de solos. Para el final de la noche habríamos gozado de ese, además de solos de Eric Peterson y Steve DiGiorgio.
La primera de dos canciones en cuya grabación no participó Skolnick llegó con “Low”, una que por poco me obliga a olvidar mi posición de trabajo en la noche, quería quitarme la liga del pelo y maltratar el cuello como hace más de 20 años, cuando salió el disco homónimo a esa rola. Brutal.
Siguieron con “Throne of thorns”, del Dark Roots y quedaba claro que el soporte del show eran ese disco y el Brotherhood, los más recientes. Buena decisión a mi entender ya que son temas que mjuestran la madjurez de la banda sin perder ni un gramo en cuanto a peso y densidad.
“The Gathering” es uno de los discos más pesados que ha grabado una banda de thrash, y afortunadamente tuvo se representación esa noche con “Eyes of wrath”: “Eyes of wrath, the beast is in your back. Razor blade slice your neck, slowly tear you down. Takes another life, to feed his bloody lust; random crime spree attack, there’s no random at all”.
“Sé que la dije antes pero yo sé que en la Ciudad de México practican lo que predican” (al tiempo que hacía una seña para circle pit). Si el nivel de intensidad se mantuvo siempre de arriba hacia muy arriba, con ese anuncio el Plaza Condesa se convirtió en la iglesia thrasher de los últimos días, el pit se duplicó en tamaño e incluso muchos de los que ocupaban el primer piso, que casi todo el concierto habían estado cómodamente sentados se levantaron, sacudieron el cuello, levantaron el puño y se dejaron llevar por la brutalidad de un clásico que no muere. Además, ahí fue el punto sin regreso: prácticamente el resto de la noche ya fue sólo un clásico tras otro.

“Fort he past it’s too late, ‘cause the world can’t control fate, shadows cast loud and clear, tell the world the new order’s here”. Imposible no recibir flashazos de aquellos años de preparatoria, escuchaba y recordaba por ejemplo que mi vinil nacional estaba manchado, parecía como si tuviera polvo pegado, y aún lo conservo. Y luego “Urotsukidoji”, una belleza instrumental que sirvió casi como un solo extendido de los cuatro instrumentalistas de la banda, que por cierto y por si aún no queda claro, estaba totalmente amarradita y aceitada, sonaba como una orquesta sinfónica de alta alcurnia sólo que tocaba piezas propias de thrash, una especie muy extrema de música clásica.
Aparte de Demonic, que fue el único de los 11 larga duración de Testament del que no tocaron nada sólo faltaba escuchar algo de dos discos. The Legacy y Souls Of Black.
“Look at the lost souls, they seem so black. Look at the lost souls, souls of black”. Ya dije que mi memoria es patética así que no recordar haberla escuchado antes en vivo es una declaración que puede ser estúpida, pero no importa, esa noche la tocaron y tanto el público del Plaza como yo la disfrutamos como si no hubiera mañana, como si no fuera por diversas causas el único disco de Testament que ni tengo, ni he tenido jamás.
La noche había sido perfecta hasta ese momento, era como una gran cena buffet en la que comes todo lo que  quieres y si acaso algo podría pedirse
Como extra sería un gran postre, o tal vez un par de ellos. Y Testament estaba listo para servir un postre doble y cerrar con un brutal brindis: “¿les gustaría algo de la vieja escuela? ¿Qué tal algo de The Legacy?”. “Stand in my way and I’ll run you straight through, there’s no one to stop me now for I’m on the loose, and I’m ready to start, torture and hell on this town, over the wall!”
Ya estábamos más allá de la hora y media de show y aún quedaba espacio para dos clásicos más, “Apocalyptic City” que casi me saca lagrimas de emoción y “Disciples of the watch”, para cerrar de manera gloriosa una velada que fue soberbia. Y ya que cada concierto es el concierto del año evitaré el lugar común, digamos que, eso sí, para quienes disfrutan del thrash versión norteamericana, esa fue una de las galas más exquisitas de los últimos años. El sonido impecable, la banda en punto de ebullición  el público totalmente entregado, ¿se puede pedir más?

Desafortunadamente no tuve tiempo de ver a Thrashsteel, cuando llegué al Plaza ellos tocaban ya su última canción y además llegué a ver lo de la entrevista, así que ni como, sin embargo el mero hecho de haber tocado para una audiencia del tamaño de la que estaba ahí reunida y que, según me cuentan algunas fuentes estuvo bastante receptiva debió ser una gran experiencia para ellos, y qué bueno.

Así, la noche de Testament fue, por fin, la muestra de cuánto público pueden convocar por su cuenta, el excelente momento por el que pasan y que el metal no ha muerto. Si estos cuarentones y cincuentones pueden ofrecer un concierto de más de hora y media con ese nivel de energía, ninguna banda de metal que se crea digna de serlo puede poner pretextos para hacer menos (a menos obvio que apenas empiecen y no tengan material de calidad para hora y media). Esa noche fue tal vez una de las mejores muestras de lo que significa “old school”, no necesariamente se refiere al sonido sino a la actitud. Casi nunca lo hago pero ese día me valió y lo hice, tuve chance de decirles a Chuck y Alex, por separado: “gracias por la música”.

Si llegaste hasta aquí, muchas gracias.





viernes, agosto 11, 2017

Jet Jaguar, su triunfo en Wacken y un extra muy personal.

¿¿Ojo, los números de la izquierda son una referencia que usaba Thornstein Kolbeisson, el juez islandés que se encargó de la hoja de Excel, no significan nada concreto.

A ellos les tocó turno como la décima de 28 bandas que concursaron este año. Es decir, su participación fue el miércoles a las 14:45 horas. La ventaja de ese día es que no hay nada más sucediendo en Wacken excepto por Metal Battle; la desventaja es que por eso mismo, mucha gente no ha llegado aún a la tierra sagrada del metal o por la hora, están crudos de la fiesta que agarraron desde el martes. Al final del día el horario fue bueno y haber tocado entre las bandas de Finlandia e Islandia también ayudó.
La concurrencia era bastante considerable; sí, menor que con otras bandas mexicanas de otros años pero no por eso poco considerable, y además se nutrió de manera sobresaliente en los siguientes 20 minutos. Como sea, eso no era lo primordial: una de las características más importantes en Jet Jaguar es que veían la oportunidad de tocar en Wacken como un sueño hecho realidad, como el concierto más importante de sus vidas, la culminación de un sueño y todo eso con una enorme ilusión y gusto. Ojo, no quiere decir que se conformaran o que no aspiraran a lograr más hitos en su incipiente carrera, era simplemente que hasta ese momento la de Wacken era su presentación más importante, ni más ni menos.

Como ha sucedido cada año, los minutos previos fueron de cierto nerviosismo. Algunas bandas lo han demostrado más visiblemente, otras menos, pero todas se han puesto nerviosas, es algo natural. En este caso el nervio se transformó en estrés cuando a un minuto de su presentación, la batería no estaba totalmente armada. Faltaban 30 segundos cuando por fin quedó todo en orden: una porra, todos en sus puestos y llegó la presentación.
Normalmente soy enemigo de los penachos y sombreros de charro o de paja que terminan en punta porque suelen mostrarse en eventos de gran trascendencia mediática como mundiales de futbol, por ejemplo. Es decir, el mexicano se queja de que fuera de México lo ven como sombrerudo de la época de Pedro Infante pero ese estereotipo es repetido una y mil veces en las tribunas de estadios de futbol, por los mismos mexicanos, contradictorio ¿no?. Sin embargo un penacho en el contexto de una presentación artística, como lo es subirse a un escenario al frente de una banda, me parece aceptable. Así, Max, el cantante de los Jaguar cantó “Hunter” con un penacho multicolor que además causó un efecto positivo entre la gente.

La banda había ensayado algunas coreografías en el sótano del hostal donde se quedaban en Hamburgo, se habían tomado esta presentación como algo serio y eso se notó sobre el escenario. Tuvieron algún problema técnico con una de las guitarras que dejó de sonar por unos segundos, pero no dejaron de tocar, al contrario, confiaron en la gente del escenario. Después supe que se habían planteado ese escenario y que estaban preparados para la contingencia, otro punto más a destacar de los chavos que pudieron enfrentar el pequeño apagón con mucha frialdad y clase.
Entre el público la vibra era maravillosa, pero por experiencias amargas en el pasado no quise echar las campanas internas al vuelo. Entre los colegas del jurado lo que veía eran sonrisas de aprobación, pulgares levantados y gestos de asombro pero, una vez más, las experiencias anteriores me obligaban a ser cauto. Por dentro sólo pensaba “qué chingón, misión cumplida”. Y es que antes de que se subieran a tocar hablé con ellos y les dije que para mí, el éxito era que tocaran y se ganaran al público, que no se presionaran pensando en México y mucho menos en “la escena”, que pensaran en ellos, en que era su momento y que gozaran.

Ese día, después de ellos, aún tocaron nueve bandas más y el jueves otras 9: Uruguay, Noruega, Rumania, Portugal, Suecia, Estados Unidos, Belice, Israel, Sudáfrica, Indonesia, entre muchas más. Lo primero que quedó claro luego de ver y escuchar a las 28 concursantes fue que el mundo necesita variedad. De esos 28 países, cerca de 20 o 21 ofrecieron bandas que variaban entre el death core, death melódico o death clásico, pero sobre todo death core. Y sí, algunos eran buenos pero al final terminan por sonar a lo mismo, y Jet Jaguar, la banda de Rumania y la de Suecia por ejemplo rompieron el molde y ofrecieron algo que si bien no es nuevo, tampoco es lo mismo de cada año. “Call of the fight” y “Zero Hour” fueron la consolidación. El público estaba a sus pies, y aquí cabe describir una vez más lo que hace diferente a Wacken: el público va mucho más por una idea de pasarla bien y disfrutar a las bandas que porque el cartel sea o no lo que ellos hubieran querido para su fiesta privada. Cuando ves en los escenarios de Metal Battle a dos o tres o cuatro mil personas te queda claro que están ahí meramente por el gusto de conocer propuestas, no hay mayor ciencia. Es decir, cada país, sobre todo los europeos que entre el público suman mayoría suelen ir a ver y apoyar a la banda que los representa, pero hay otro grupo de personas, uno bastante nutrido por cierto, que va simplemente porque no tiene ese prejuicio de “si no lo conozco no sirve”. Y ese pequeño detalle es el que hace a una escena: apoyar significa darle la oportunidad a las bandas emergentes, y ya si no te gustan estás en todo tu derecho de expresarlo, pero de entrada la gente va y las escucha y las disfruta y las respeta. Tan fácil y tan difícil a la vez.

Cerraron con “Rompiendo el acero” y la verdad es que enchinaba la piel ver que eso de que cantar en español limita a las bandas es un mito. Sí, es más fácil que te entiendan si cantas en inglés pero si partes de la base de que a las bandas de Metal Battle más bien no las conoce nadie, que canten en el idioma que sea no afecta.
Ahora bien, el que no quiera creer en palabras del promotor de la batalla en México porque seguramente exagera, chequen el video en Youtube y juzguen ustedes mismos si el público estaba o no con la banda. Esa es una de las ventajas de las redes sociales y el internet, las mentiras no suelen sostenerse por mucho tiempo.
Ya en la votación yo estaba con esa voz interna que dice que es mejor ser cínico y no esperar nada bueno aunque tengas elementos para hacerlo, porque llega la realidad y te rompe todo, que tener alguna expectativa y que luego no pase nada. Una vez más, la experiencia así me obligaba.
Cada país tiene un jurado, y este año participaron 28 bandas, así que asumí que serían 28 jueces, sin embargo al final del día fueron bastantes más ya que algunos países que no participaron en esta edición igualmente mandaron representantes como jurado (China, Malasia, Irlanda, Japón y Reino Unido entre otros) así que el ganador debía convencer a una mayoría en un universo de alrededor de 35 personas, y se dice fácil pero son muchas personas con gustos muy diferentes, razón extra para no dejar que las emociones de lo vivido en la presentación de los chavos se metieran en mi cerebro.
La votación fue el jueves a las 9 de la noche, justo a la hora en que Accept tocaba con orquesta. Yo llevaba puesta mi playera original de la portada de Born Again de Black Sabbath, la naca, la que es tan fea que es hermosa, la de la suerte. Junto a mí estaba José Pablo, el promotor de Centro América que este año llevó a una banda de Belice, otro que algo sabe de escuchar que la batalla es fraude y demás. Con toda honestidad puedo decir que si no fuera por mi cinismo, las señales de que algo bueno podría pasar estaban ahí: abrazos, felicitaciones, halagos a la banda mexicana… pero como dije, ya lo he vivido antes. “Usté va a estar bien arriba” me decía José Pablo; “ojalá alcancemos algo en el top 5” le decía yo. Y empezaron los votos: 3 points to México… one point to México… five points to Belice… five points to Rumania (yo voté primer lugar para ellos porque en mi entender se lo merecían y porque no podemos votar por nuestros propios países)… five points to México, y otro más y otro más y así varias veces. Yo había olvidado mi cuaderno en la tienda de campaña, un cuadernito que uso por aquello de que sirve más la más pálida tinta que la más brillante memoria, uno en el que acostumbro apuntar el puntaje que va recibiendo México en cada ocasión. Bueno, pues ahora no lo traía así que no podía saber con certeza cómo iba Jet jaguar, sólo escuchaba constantemente el nombre de México y el de Rumania y con menos insistencia otros como Francia e Israel, por ejemplo. Cuando acabaron los votos José me dijo algo como “¡¿qué le dije?!”; también se acercó Carlos, el promotor de Uruguay que de inmediato me felicitó, pero fue hasta que Sascha Jahn (sí, el de Endstille) confirmó el dato que empecé a sentir y entender lo que estaba pasando: México… no, Jet Jaguar de México había ganado por primera vez desde que debutamos en 2009 la W:O:A Metal Battle. Se dice muy rápido y se lee igual así que va de nuevo; México había ganado por primera vez en su historia la Metal Battle de Wacken. Vaya.

En la sala de prensa el reconocimiento era unánime y mientras la gente volteaba en busca de los chavos para felicitarlos, ellos estaban abrazados, caídos en el suelo, llorando, gritando, celebrando. Subieron a tocar pensando en que sería el concierto más importante de sus vidas y ahora ahí estaban, viviendo la consecuencia de haberlo tomado tan en serio. Hubo infinidad de sentimientos pero no vale reseñarlos porque en ese momento la gloria les pertenecía sólo a ellos. Yo había compartido la noticia en contra de la sugerencia de los alemanes con una sola persona, la única que ha estado ahí durante todas las batallas, cada año y casi en cada fecha. Ya me había desahogado porque guardarse semejante noticia por cerca de 16 horas es toda una odisea, y es mucho para guardarlo en el pecho. Curiosamente, en esas 16 horas recibí varios whatsapps preguntando si habían ganado los chavos, como que el ambiente estaba cargado de una energía que antes nunca se había manifestado. Aparentemente todo lo alineable estaba alineado (valga la redundancia) en esa noche mágica, en esa noche histórica.
Una guitarra, un ampli de bajo, unos audífonos, un refrigerador que recrea un combo de Marshall, platos para la batería y cinco mil euros fueron parte del premio, pero nada, en verdad nada supera el haber visto sus caras cuando ganaron. Los cinco palidecieron, los cinco gritaron y bailaron y se abrazaron; alguno lloró, otro no sabía si sentarse o pararse, todos fueron felices, habían dado un primer paso enorme porque eso sí, ganar es apenas el inicio de su camino porque ahora tienen una responsabilidad mayor, pero eso lo saben y tendrán tiempo de asimilarlo. Ya ganaron, ahora deberán capitalizar ese triunfo.
En un grupo privado en Facebook de promotores de Metal Battle, Toni, el `promotor de Finlandia escribió “¡Éste fue mi Wacken más emotivo! A pesar de que no voté por México estaba llorando cuando los vi recibir el premio. Gracias a todos por hacer de este un Wacklen inolvidable”. En los comentarios, Thornstein, el promotor de Islandia escribió lo siguiente “En eso estoy contigo bro, yo también lloré. México es una nación que ha sido víctima del peor bullying por parte de una superpotencia y su idiota presidente Trump por lo que sentí una gran emoción cuando los anunciaron como ganadores. ¡Viva México!”. Y sí, al escribir esto yo también lloro, una vez más.


La “escena” y los que se cuelgan milagritos. 
**Ojo, este texto me representa únicamente a mí; para efectos de este post es mi punto de vista y de nadie más.
Curiosamente y sin ponernos de acuerdo, Jerry Voltax y yo hablábamos con los chavos y coincidíamos en que no era prudente creer en esos cuentos chinos que les iban a empezar a colgar de que representan a la escena mexicana o a México. No se trata tampoco de renegar pero creíamos que el triunfo destaparía una oleada de comentarios que irían de lo sublime a lo ridículo con la misma velocidad que alguien puede usar un teclado, y no vale la pena angustiarse por ello. Y así ha sucedido.
“La escena” es una entidad amorfa que habita en la cabeza de cada quien y que adopta la forma que cada uno le da. Aunque duela, no hay un movimiento metalero mexicano sólido, mucho menos una hermandad como la que hoy varios pregonan. Se ha avanzado en comparación con décadas anteriores, sí, pero estamos en pañales. Mal hacen quienes desde la comodidad de sus hipocresías llenan a la banda de halagos que van cargados de interés; mal hacen quienes muestran su intolerancia y envidia al felicitarlos aunque no sin antes condicionar su halago con la palabra maldita del metal mexicano: pero (los felicito pero… que bueno que ganaron pero… no los conocía y me da gusto pero… son buenos pero… los mocos de la osa parda pero).
Los cinco chavos vienen de bandas que pintaban como promesas pero que por alguna u otra razón no siguieron adelante, o por lo menos no con ellos, y eso les dio una perspectiva diferente de las cosas: saben que el que quiera estar en Jet Jaguar debe entender el compromiso y sacrificio que implica estar en una banda, y curiosamente porque va en contra del estándar de la gente de su edad (apenas entrando a sus veintes), tienen una gran humildad. Probablemente el elemento que más pesó en su triunfo, además de su talento, fue justamente su humildad. Muchos confunden esa característica totalmente honrosa con debilidad, y abusan.
¿Es Jet jaguar la muestra real de lo que es la escena en México? No. Son la muestra de una parte de la escena, esa en la que las bandas trabajan y dejan trabajar, disfrutan y dejan disfrutar, pero son reflejo de una minoría.
La escena real es esa en la que gente (músicos, medios, público y detractores) enferma de egolatría, bañada en celos y envidias habla por hablar. La escena real es una en la que cientos de personas atacan a una banda sin haberla escuchado jamás; agreden por ejemplo a la Batalla pero no se han parado en una fecha eliminatoria o una final en su vida entera; publican notas para estar bien sentados en el tren del mame pero nunca antes habían mencionado ni a la banda ni a la batalla ni a la escena siquiera en alguna nota; odian y despotrican porque hay cien bandas mejores pero ni conocen a la que odian ni pueden mencionar a 5 que les parezcan mejores y sustentar su argumento, mucho menos podrían mencionar a 100.
Por eso, independientemente de lo que ellos piensen, y aclaro, esta es mi visión de las cosas, no les hará ningún bien creer que representan a la escena mexicana. Son parte de ella, sí, pero no la representan, y menos cuando, como expliqué antes, su mayor característica es la humildad. En todo caso “la escena” debería aprender de ellos y su ética de trabajo. Ojalá no se envuelvan en la bandera de “la escena” ni en la de México porque es más fácil que se pierdan ahí dentro. Mejor que sigan como hasta ahora, con humildad y trabajo y entonces sí, que su origen y pertenencia a una escena y un país entren en la ecuación. Este logro fue de ellos, no de México ni de la escena nacional.

Ahora bien, la llevada y traída escena tiene sus cosas buenas, sus bandas destacadas (muchas, afortunadamente) y lo mejor de todo, tiene futuro. Tiene muchas bandas que salen del país a Centro y Sur América, a Europa, a Norte América y muchas de ellas hacen papeles espectaculares en lo que les corresponde, y por eso es que vale la pena luchar y seguir adelante. Colgarse de los logros de otros es una terrible maña, pero es bueno que por lo menos haya logros de los cuales colgarse.